La Dra. Cristina Torales, del Departamento de Historia, recuerda cómo a través de cartas se buscó contribuir en la ‘edificación de las personas’.
En 1658 Francisco Colín, provincial de la Compañía de Jesús en Filipinas, calificador del Santo Oficio y comisario en la Gobernación de Samboanga y su distrito, regresó a Madrid para cumplir con las órdenes reales de proporcionar información al Consejo de las Indias, sobre “[…]la entrada, progresos y estado presente de la Compañía en las Islas”. Aprovechó la ocasión para publicar una Historia, ejemplo del saber corporativo y acumulativo de la corporación, jesuita.
En su breve prólogo, dirigido ‘Al religioso lector’, aludió a cómo el año de 1521, concluido el viaje de circunavegación impulsado por Hernando de Magallanes, los portugueses y castellanos que participaron en esa hazaña marítima, arribaron a las islas del Moluco conocidas hoy como las islas Molucas, en el centro del océano Pacífico y a cómo Hernán Cortés tomó, también en 1521, la ciudad de México-Tenochtitlan. Fue en ese año que las “Armas españolas, por industria y valor de estos dos heroycos Hernandos abrian en las Indias una tan gran puerta al Evangelio”. En ese contexto, advirtió el jesuita:
“[…]arrancó Dios en el corazón de España de la milicia del mundo, y banderas imperiales en Pamplona, a San Ignacio de Loyola, Caballero, y Soldado Español, para que instituyese una Compañía Espiritual cuyos soldados tuviesen por fin y instituto, discurrir por varias partes del mundo”.[1]

Menciono las palabras del padre Colín de hace cuatrocientos años como preámbulo para, desde la investigación, fomentar la conciencia histórica que nos permita conmemorar en el año 2021 acontecimientos sustantivos en el punto de partida de la globalización de una cultura que valoró y privilegió los derechos humanos. La reorientación que Ignacio de Loyola dio a su vida en el año 1521 fue sin duda uno de ellos.

Aprovecho este espacio para sumarme a las conmemoraciones con unas notas a propósito de la importancia que Ignacio, patrono de nuestra Universidad, otorgó a la escritura del género de la carta para garantizar la edificación y cohesión de los suyos, sus hermanos en Cristo, y para difundir el conocimiento entre ellos, de la humanidad y de la naturaleza del orbe, como medio indispensable para lograr el fin que resumió en la frase: Ad maiorem dei gloriam.
La carta fue el género literario que garantizó la unión de los jesuitas dispersos en el orbe. En Roma se conservan casi todas las muchísimas cartas escritas por el santo de Loyola[2]. Su correspondencia ilustra el valor de este género de escritura. André Ravier, S. J., nos dice al respecto que:
[…]no es una correspondencia de dirección de conciencia, sino los archivos de una tarea de gobierno, de aspectos muy humanos, de problemas muy concretos y a veces muy específicos; y es precisamente en estas reacciones « en caliente», en esas « decisiones que no podían esperar”», donde se revela el contemplativus in actione que era Ignacio[3].
Ignacio en diversas ocasiones expresó la importancia de que las cartas fueran copiadas y circuladas entre los miembros de la corporación en aras de contribuir a la edificación de los individuos. Insistió en que cuando los jesuitas escribieran distinguieran entre la carta ‘principal’, la cual debería estar redactada con orden y corrección, sin impertinencias, de tal manera que se pudiera mostrar “a cualquier persona”, y las “hijuelas” con información de carácter confidencial. El santo de Loyola, en una carta signada en Roma el 10 de diciembre de 1542, advirtió a Pedro Fabro, residente entonces en Maguncia, que enviaba copias de ella a todos los jesuitas para que hicieran lo propio al escribir las cartas Principales. Escribió así:
En esta parte, para ayudarme que no yerre, diré lo que hago, y espero hacer adelante en el Señor cerca el escribir a los de la Compañía. La carta principal yo la escribo una vez, narrando las cosas que muestran edificación, y después, mirando y corrigiendo, haciendo cuenta que todos la han de ver, torno a escribir o hacer escribir otra vez, porque lo que se escribe es aún mucho más de mirar que lo que se habla, porque la escritura queda, y da siempre testimonio, y no se puede así bien soldar[corregir] ni glosar tan fácilmente como cuando hablamos
En esta misma misiva, Ignacio insistió en que en las cartas principales los jesuitas debían dar noticia de su labor pastoral, que habría de ser edificante a “los oidores y lectores” de ellas, y hace hincapié en que estuvieran redactadas para circularse entre los jesuitas y sus próximos. Como conclusión de esta carta, Ignacio pidió a sus hermanos “por amor y reverencia de la su divina majestad”:
Podreis escribir de quince en quince días una carta principal, corregida y enmendada, que todo es el trabajo de dos cartas, en las hijuelas alargando como querréis, y donde para a quien sólo tenéis que escribir”. Yo con ayuda de Dios N.S., os escribiré a todos cada mes una vez sin faltar, aunque en breve, y de tres a tres meses largo, inviandoos todas nuevas y todas copias de todos los de la Compañía.[4]
Las “hijuelas” el santo sugirió que “[…]puede cada uno escribir a priesa de la abundancia del corazón”, “concertado o sin concierto”. Éstas podían añadirse anexas a las cartas principales. La denominación de hijuelas proviene del propio santo, Ignacio, quien en la ya citada carta a Pedro Fabro, advirtió que se había de dejar para estas comunicaciones las “particularidades impertinentes”, así como todas las noticias “[…]que no puedan edificar”. Las hijuelas eran escritas para ser leídas por el padre general o, en su defecto, por sus colaboradores en Roma. En ellas, los jesuitas dieron cuenta de sus asuntos particulares, desde su ubicación física en el mundo hasta lo que acontecía en su interior, de sus cualidades, de sus proyectos espirituales e intelectuales, de sus limitaciones, de sus aflicciones, de sus enfermedades y aun de sus prácticas cotidianas. Estos escritos, sirvieron con frecuencia de guía al prepósito general para tomar sus decisiones en el gobierno de la corporación.
Desde el siglo XVI, la Compañía de Jesús para difundir la vida ejemplar de sus miembros una vez que éstos morían, impulsó la escritura de cartas edificantes. Estas misivas tuvieron una función biográfica y apologética; son textos que fueron escritos para exaltar las virtudes humanas de los miembros de la Compañía puestas al servicio de Dios. Eran redactadas por el superior de una residencia, de un colegio o de una misión. En ocasiones éste delegaba el compromiso al jesuita que más conocimiento tuviera del difunto. Estos escritos estaban concebidos específicamente para ser leídos al interior de su comunidad, y se enviaban copias a las principales casas de su Provincia. Cuando el caso lo ameritaba, las cartas edificantes fueron impresas para su divulgación, extramuros de sus residencias y más allá del Atlántico y del Pacífico para dar testimonio de las acciones en sus colegios, misiones y en favor de la sociedad en general[5].

En el Archivo de la Compañía de Jesús en Roma se conservan las conocidas cartas annuas que cada una de las casas de la Compañía dirigía a Roma cada año. Las cartas Annuas dieron cuenta, entonces como ahora, año con año, de los principales sucesos de las casas de la Compañía. En ellas se refleja el acierto del fundador de conciliar el carácter comunitario de la corporación con los proyectos personales de los individuos. Las cartas Annuas informan sobre la comunidad sin dejar inadvertidos los sucesos sobresalientes relativos a los individuos.
La Compañía de Jesús reconoció la Carta de hermandad que el Prepósito General dirigía a bienhechores y amigos de la Compañía para hacerles partícipes de los beneficios de “las oraciones, buenas obras y sufragios” de la corporación. Tenemos noticia de cómo los jesuitas novohispanos gestionaron este tipo de cartas ante la Curia para reconocimiento de los bienhechores de sus colegios y misiones en tierras americanas.

Por último, conviene a nuestro propósito hacer mención de las cartas ‘curiosas’ con que San Ignacio invitó a sus hermanos misioneros a escribir lo que él denominó letras de las Indias. Estas cartas cuando él las recibía las compartía con “personas principales” y se leían “con mucha edificación”. Sugerimos como el punto de partida de este tipo de cartas la recomendación que hizo Ignacio al padre Gaspar Berce el 24 de febrero de 1554, que:
[…] se escribiese algo de la cosmografía de las regiones donde andan los nuestros; como sería, cúan luengos son los días de verano y de invierno, cuándo comienza el verano, si las sombras van siniestras, o a la mano diestra. Finalmente, si otras cosas hay que parezcan extraordinarias, se dé aviso, como de animales y plantas no conocidas, o no in tal grandeza, etc.[6]
Estas palabras ponen de manifiesto el interés que desde fechas muy tempranas, mostraron los jesuitas por el saber, por el estudio de la naturaleza americana y por la comprensión del otro.

Los diversos tipos de carta que hasta aquí he mencionado fueron reconocidos por la Compañía de Jesús en la época que nos ocupa. En la Formula Scribendi, expedida por la VII Congregación General, los jesuitas normaron con precisión la escritura de sus cartas.
Hoy en día, la pandemia ha obligado de manera acelerada y precipitada al ejercicio de la escritura, ahora a través de recursos digitales como medio alterno e inmediato de socialización. Los avances tecnológicos hacen posible que las palabras circulen por el mundo a través de las redes sociales. En este contexto, las palabras de Ignacio a propósito de lo que ha de escribirse adquieren enorme vigencia. Conviene difundirlas desde la academia como aportes para la reflexión a la que estamos invitados en el Año Ignaciano y para tenerlas presentes al compartir los saberes sobre el escenario mundial, sobre lo que afecta al planeta y a sus habitantes y sobre las prospectivas para reconfigurar, desde las universidades, un mundo mejor.
- Nota relacionada:
2021, año para recordar a San Ignacio, el Virreinato y la Independencia
- Ligas de interés:
Más información sobre el Año Ignaciano en Ignatius500.ibero.mx.
Visita la página Ignatius500.org.
[1] Francisco Colín. Labor evangélica, ministerios apostólicos de los obreros de la Compañía de Jesús, fundación, y progresos de su. Provincia en las islas Filipinas. Parte primera. Madrid, Joseph Fernández de Buendía, 1663. s/n.
[2] Las afirmaciones a propósito del género de la carta y la Compañía de Jesús se fundamentan en mi artículo: M. C. Torales. “Cartas de jesuitas y comerciantes en la Nueva España (ss. XVI-XVIII)”, publicado en A. Risco y J.M. Urkía (eds.) La carta como fuente y como texto. Las correspondencias societarias en el siglo XVIII: la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. Toulouse, II Seminario Peñaflorida, 2003, Astigarraga, Guipúzcoa, 2005. (Colección Ilustración vasca tomo XIV), pp. 363-385.
[3] No obstante que cuentan cerca de 7,000 cartas del santo, muchas fueron escritas por su secretario y aprobadas y firmadas por Ignacio; otras ex commisione, redactadas por el secretario sobre un esquema o tema dispuesto por Ignacio; otras fueron más bien instrucciones destinadas a grupos en situaciones concretas. No obstante, su abundante correspondencia nos permite un acercamiento privilegiado a la vida y espiritualidad del santo. André Ravier, S.J. Ignacio de Loyola y el arte de la decisión. Barcelona, Liberduplex, 2000, pp. 119-21.
[4] Ignacio de Loyola. Obras de San Ignacio de Loyola, Madrid, BAC, 1991, p. 763-65.
[5] Ejemplos de estos impresos que conserva la Universidad Iberoamericana: Carta del p. Fernando Consag de la Compañía de Jesús, visitador de las misiones de Californias, à los padres superiores de esta provincia de Nueva España. San Ignacio, Baja California Sur, s.p.i, 1748, 43 pp. y Carta de edificación en que el P. Juan Antonio Balthasar, Provincial de esta provincia de Nueva España, participa a todos los superiores y colegios de ella, la fervorosa vida y virtudes del V. P. Domingo de Quiroga, religiosso de la Compañía de Jesús, maestro, que fue, de moral y vísperas de theología en el Colegio Máximo de S. Pedro y S. Pablo de México, Procurador por su Provincia en las cortes de Roma y Madrid, rector y maestro de novicios en los colegios de Tepozotlá y San Pedro y San Pablo donde falleció con opinión común de santidad. México, viuda de Joseph Bernardo de Hogal, 1751.
[6] Ignacio de Loyola a Gaspar Berce (Barceo), Roma, 24 de febrero 1554. en Obras de San Ignacio de Loyola, Madrid, 1991, BAC, p. 985.
La Dra. María Cristina Torales Pacheco es académica de tiempo completo del Departamento de Historia.