La primera campaña mundial de vacunación, un testimonio histórico

La primera campaña mundial de vacunación, un testimonio histórico

La Dra. María Cristina Torales Pacheco recuerda la determinación de Carlos IV por combatir la viruela

Quienes han caminado por la calle de Tacuba en la Ciudad de México deben haber admirado una de las más bellas esculturas ecuestres, la conocida popularmente como El Caballito. Magna obra de Manuel Tolsá, director de escultura de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, quien mostró en ella el dominio y destreza de su oficio, su sensibilidad estética y aprecio por el arte del ‘Buen Gusto’ (así calificado entonces aquel inspirado en los órdenes clásicos grecolatinos).

Es posible imaginar los conocimientos químicos y tecnológicos del artífice, individuo del siglo de las luces, quien calculó y seleccionó los metales para la aleación, dispuso la edificación de los hornos en los que dirigió la fundición y dirigió el perfecto vaciado, en una sola pieza, de la magna escultura [1]. El monarca Carlos IV, apenas mencionado en los libros de historia de nuestro país, está representado sobre su caballo como si fuese el césar romano en actitud de mando. Sirvió de modelo para el equino Tambor, procedente de la hacienda de Jaral de Berrio.

 Además de apreciar la belleza de la escultura ecuestre, ésta debería hacer presente en la memoria colectiva la voluntad y decisión política de Carlos IV. El monarca, habiendo perdido a su hija Teresa de escasos tres años a causa de la viruela, emprendió el combate a esa enfermedad que era causa de numerosas muertes en el mundo. A instancias del doctor Francisco Xavier Balmis, Carlos IV auspició una campaña mundial de la vacuna contra la viruela para ser aplicada a los habitantes de sus reinos en Europa, América y Asia. Podemos calificar esta iniciativa como la primera acción sanitaria de un estadista, con dimensiones globales.

Escultura ecuestre de Carlos IV, en la Plaza Manuel Tolsá (Wikicommons/Joaquín Martínez Rosado)

La expedición para la vacunación partió de la Coruña el 30 de noviembre de 1803. Unos días después, el 9 de diciembre, los habitantes de nuestra ciudad fueron testigos de la develación de la estatua ecuestre frente al palacio de gobierno por el virrey José de Iturrigaray. Los días 25 y 26 de abril de 1804, el virrey se anticipó a la expedición de Balmis y dispuso el inicio de la inoculación en el hospicio de pobres. Para dar ejemplo a los habitantes, hizo vacunar a su hijo Vicente, próximo a cumplir dos años [2]. También dispuso la publicación en un suplemento de la Gazeta del breve texto “Origen y descubrimiento de la Vacuna”.

Los sacerdotes, prelados y gobernantes regionales apoyaron la difusión de la vacuna en sus jurisdicciones. Citemos aquí algunos ejemplos. El Comandante General de las Provincias Internas, Nemesio Salcedo, difundió la vacuna en el Noroeste del territorio. En la ciudad de Puebla, fue el obispo Manuel Ignacio González del Campillo quien recibió al niño que portaba el suero; y el intendente Manuel Flon acompañó al doctor Balmis y a su comitiva. El subdelegado de Tenancingo, Antonio Elías Sáenz, y el cura párroco, Francisco Yturbe e Yraeta, ofrecieron al virrey su apoyo para difundir la vacuna en su jurisdicción.

En el lapso de tres años se aplicó la vacuna en los virreinatos de Nueva Granada, Perú y Nueva España, además de las gobernaciones de Chile y Filipinas. Al regreso de la expedición hacia Europa, se introdujo también la vacuna en Macao y Cantón. Los portadores de la vacuna fueron niños huérfanos que fueron trasladados con extremos cuidados de ciudad en ciudad.

La voluntad y decisión de ofrecer desde el trono los recursos para esta magna empresa en pro de la salud evitó lo que los novohispanos habían padecido entre 1779-80, años en que la viruela había causado más de cuarenta mil muertos en lo que hoy es nuestro territorio. Balmis ya había estado en México como médico cirujano en el hospital del Amor de Dios, los sobrevivientes de esas epidemias ya lo conocían y el médico estaba en conocimiento y era sensible a los estragos que había causado la viruela en el espacio americano.

En la Universidad Iberoamericana se conservan varias cartas en las que el comerciante Francisco Ignacio de Yraeta, tío del ya mencionado cura párroco de Tenancingo, narró: cómo a partir de septiembre de 1779 se extendió la epidemia de viruela en todo el territorio hasta entonces poblado. Unos meses antes los habitantes habían estado asolados por el sarampión.

Mientras que el virrey actuó con discreción, la labor del arzobispo Alonso Núñez de Haro fue considerada en su tiempo como un ejemplo para Europa. Yraeta relata acerca de hospitales donde no cabían los enfermos y cómo el prelado instaló 400 camas a su costa en el edificio del ex colegio jesuita de San Andrés. Muchos de los habitantes de la capital cooperaron para ampliar el número de camas en el hospital de San Juan de Dios (hoy Museo Franz Mayer). Se abrieron dos camposantos para la “gente pobre”.

Yraeta da cuenta en sus misivas de cómo en la Ciudad se nombraron comisionados para que recorrieran los cuarteles —la ciudad entonces se dividía en ocho de ellos—, dos veces al día, de casa en casa, para identificar a los enfermos y distribuir alimentos, medicinas y ropa. En diciembre de 1779 se registraron catorce mil muertos y había carencia de víveres. La epidemia de viruela paralizó la enseñanza por ser los niños y los jóvenes los más afectados. A propósito de los de su casa, el comerciante comunicó a su corresponsal en Guatemala:

[…] todas las casas están apestadas de una grande epidemia de viruelas; en el día, en casa tengo ocho enfermos gravemente accidentados,  y un criado cochero esclavo se ha muerto, la primera que cayó fue Margarita, mi hija, la que ha tenido feroces viruelas, fue una viruela de pies a cabeza, después le ha seguido María Rosa, la que ha estado muy mala[….]mire vuestra merced qué congojas, todas las casas están en el mismo modo, el que me escribía a la mano es uno, no hay criada que sirva porque todas están malas, ni enfermeras que cuiden, pues la que no está mala, tiene enfermos en su casa; yo tengo en casa cuatro enfermeras y son necesarias todas […][3]

Al mismo corresponsal le manifestó el 12 de enero de 1780:

Ana María, mi hija aunque ya salió de las viruelas, le ha quedado un tos que la mortifica mucho pues parece se ahoga sin que alcancen remedios para desterrarla. Margarita también tiene pero no tan mala; María Rosa ha quedado sin resulta; las dos primeras hasta pelonas, ha sido la mayor lástima el quitarles sus trenzas, que eran hermosas. Se han visto aquí horrores, ha habido padre que tenía siete hijos y todos se le han muerto. A Elizalde, la mujer, la hija casada, un hijo y la nieta. Yraeta, mi primo ha quedado solo.  No será mucho que vayan por allá las viruelas pues se han esparcido por todo el reino y avisan de todas partes la mucha mortandad que hay (Dios libre a vuestras mercedes de semejante peste), pues aunque le dieron a vuestra merced en España, no puede contarse libre pues a muchos aquí les han dado […][4]

Las huellas que en su momento hayan quedado en la memoria colectiva y las descripciones dantescas que se conservan sobre la epidemia previa a la expedición, explican en mucho la motivación de Balmis por convencer a su rey de patrocinar la primera iniciativa mundial de vacunación. Dicha intención vino a redundar en la decisión y voluntad políticas de éste en favor de proteger a los habitantes del orbe gobernados entonces por la monarquía española.

El texto está fundamentado en:

María Cristina Torales Pacheco (Coordinadora), La Compañía de Comercio de Francisco Ignacio de Yraeta 1767-1797, México, IMCE, 1985, 2vols.

Torales. “Del nacimiento a la muerte en las familias de la élite novohispana del siglo XVIII” en Pilar Gonzalbo Aizpuru y Cecilia Rabell Romero (Coordinadoras), Familia y vida privada en la Historia de Iberoamérica, México, El Colegio de México- UNAM, 1996, pp.423-36.

Manuel Antonio Valdés. Gazeta de México. Compendio de noticias de Nueva España, México, Imprenta de don Mariano de Zúñiga y Ontiveros, años de 1803 a 1805.

http://ibvacunas.com/sobre-nosotros/%C2%BFquien-era-balmis/ Consulta 7/08/2020


[1] “Descripción del modo en que se conduxo, elevó y colocó sobre su base la Real estatua de Nuestro Augusto Soberano el Señor Don Carlos IV, y de las fiestas que se hicieron con este motivo”. En: Gazeta de México del sábado 7 de enero de 1804, tomo XII, no. 1, pp. 19-24.

[2] “Noticia que se dá al Público de la feliz inoculación del suero Bacuno[…]” en Suplemento a la Gazeta de México N. 12, pp. 93-6.

[3] Carta a José Fernández Gil residente en Guatemala. 19 de noviembre de 1779  UIA, 2.1.6

[4] Carta a José Fernández Gil, residente en Guatemala. 12 de enero de 1780. UIA, 2.1.6.

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