La moral de los indignados

La moral de los indignados

Dr. Rodolfo Gamiño Muñoz, académico e investigador Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

rodolfo.gamino@ibero.mx


A 250 días de que Trump asumiera la presidencia de los Estados Unidos escribí en el HuffPost sobre el derrumbe de las estatuas de los confederados. En ese escrito expuse que ese país no era ajeno a las tensiones y los conflictos entre la memoria y la historia de los unos y de los otros, solo que no existían condiciones para que esa disputa emergiera de forma pública, tajante. Entonces señalé que la implementación de las políticas migratorias y raciales de Trump aceleró el estallido.

El derrumbe de las estatuas de los confederados fue una respuesta inmediata a las políticas de Trump, significó para algunos ciudadanos norteamericanos una doble ruptura en su autoconcepción: su herencia como nación luchadora por las libertades y la democracia; como una nación moderna, multicultural y un “paraíso racial” de referencia global.

La narrativa monumental de los confederados resultó contradictoria para esta población que comenzó a cuestionar su accionar anclado en el principio de la “supremacía blanca”, aunado a la esclavitud e injusticias raciales. Para estos grupos era urgente desaparecer del espacio público el legado histórico y pedagógico de los confederados, su monumentalidad era una afrenta para el presente y una mala prescripción para el futuro.

Estos sectores sostuvieron que las estatuas de los confederados no debían existir como memoria pública, ni como memoria privada, que los vínculos de pertenencia y reconocimiento de la población con su historia debían de ser borrados. Los espacios para esas estatuas deberían ser clausurados, la pugna consistía en borrar su lenguaje. La lucha sostenida por los derriba estatuas de los confederados menguó hasta extinguirse como una narrativa alterna y liberadora.

Hoy, Estados Unidos, después del asesinato de George Floyd volvió a ser el epicentro de una resistencia antirracista global, que se concatenó y estalló en tiempos de pandemia. Los movimientos de resistencia se han ocupado de retirar múltiples estatuas de los espacios públicos en países como EU, Inglaterra, Bélgica, Venezuela o Colombia.

George Floyd #BlackLivesMatter

How many Black lives have to be taken before something is done? We honor those lost and pledge to fight for justice. #BlackLivesMatter #justiceforgeorgefloyd

Publicado por Black Lives Matter en Viernes, 29 de mayo de 2020

Las estatuas de los personajes mutilados, pintados, arrancados y retirados del espacio público son múltiples, van desde los confederados, Jefferson Davis, William Carter Wickham, el traficante de esclavos inglés Edward Colston, el esclavista inglés Robert Milligan, el rey belga Leopoldo II, acusado de perpetrar genocidio en el Congo, el marino genovés Cristóbal Colón, considerado un promotor del esclavismo trasatlántico, contra el dictador venezolano Hugo Chávez y la estatua de Pedro Romero por haber tenido esclavos cuando era afrocolombiano.

Las manifestaciones a pesar de tener un origen polisémico mantienen una narrativa que las une, están contra el racismo y el colonialismo global del pasado y del presente. También la narrativa que se ha construido de manera oficial para explicar estos fenómenos ha sido medianamente homogénea, arguyen se trata de actos vandálicos provenientes de ideologías sui géneris.

En diversos espacios se ha debatido y cuestionado si el derribar estatuas es un acto vandálico, si es necesario erradicar los monumentos que evocan un pasado oscuro colmado de esclavitud, racismo, colonialismo o sufrimiento, si es justo quitar de manera forzada o destruir esas efigies y si es válido juzgar esas figuras históricas desde los paradigmas del presente.

Un grupo de manifestantes derrumbó la estatua del comerciante de esclavos Edward Colston en Bristol, Reino Unido (Tomada de El Universal)

El historiador José Abelardo Díaz sentenció que el maltrato y el retiro forzado de las estatuas son una acción ideológica y política que disputa por establecer su idea de historia, crear otros espacios y modelos de memoria sobre el pasado.

Andrew Roberts crítico está postura ideológica, y sentenció si desde el presente se valorará y evaluará el pasado qué sucederá entonces con los monumentos que fueron construidos con mano de obra esclava, como las pirámides de Egipto, el Coliseo Romano o el Partenón. Bajo esta lógica, Winston Churchill debe ser derribado de su pedestal en Parliament Square por haber sido racista, en un momento en el que tanto los miembros de la derecha como de la izquierda política también lo eran.

Diego Paolo Solano sostuvo que esas manifestaciones han anulado el conocimiento histórico y ponderan un posicionamiento ideológico, los costos de este activismo anclado en el presente serán elevados para la historia de las naciones.

Por su parte, Charlotte Riley sentenció que como historiadores no se podía purificar el imperialismo británico que se basó en el racismo, la codicia y brutalidad, apelando a que antes todo era diferente y se pensaba diferente. No debemos ser neutros como historiadores e historiadoras ante los hechos históricos.

Indiscutiblemente, los debates son variados y álgidos, mientras tanto, las estatuas se convirtieron de nuevo en un dispositivo que anida la negación memorialista de la sociedad, de sus paradigmas de verdad y de sentido.

Más es importante agregar algunos puntos, estos historiadores niegan las condición histórica y la condición del presente de esos sectores violentados, saqueados, perseguidos, asesinados, desaparecidos y borrados. El revuelo de los movimientos antiestatuas quizá no emerge de una revolución ideológica, de un revisionismo histórico, intelectual e incluso político, conceptos a través de los cuales estos historiadores codificaron sus explicaciones. Intuyo que algunas claves explicativas de estas movilizaciones deber ser leídas en y desde el tiempo presente.

Si bien estas demandas tiene un carácter histórico, múltiples veces negado y obviado, es importante analizarlas desde la clave del presentismo que padece la sociedad; esto es la muerte de la historia nacional, la muerte de los grandes relatos; la emergencia de una nueva moralidad, la moralidad de los indignados, esa moralidad que perciben la historia pasada y presente en clave dicotómica, “víctima” y “verdugo”; y, sobre todo, el arribo de la “pos verdad”, acompañada de la “pos justicia restauradora.

Estos elementos permiten pensar este conflicto no como una disputa ideológica por la historia, una disputa por el sentido del pasado, una querella por los lugares de memoria, sino como movilizaciones y acciones que apuestan por el distanciamiento moral. Es la moral de aquellos indignados que derriban estatuas y con ello pretender reivindicarse, distanciarse simbólicamente de su pasado conquistador, colonialista, esclavista, racista, saqueador, violento y segregacionista.

Los blancos intentan pagar su deuda histórica, los afrodescendientes y otras subalternalidades cobrar su negada historicidad. Unos pagan y otros cobran las deudas históricas a través de una creciente moral de la indignación, la cual apuesta por una justicia restauradora como un “nuevo acontecimiento” aun no monumentalizado.

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