La Mtra. Graciela Saldaña Hernández afirma que aún con miedo, las mujeres afganas contribuyen al desarrollo de su país.
Ser mujer es difícil en muchos países del orbe, pero en algunos en los que guerras o conflictos han sido una constante, lo es aún más, un caso entre muchos es el de Afganistán, particularmente en el período de los talibanes (1996-2001).
En los años sesenta era un país relativamente moderno y abierto, con gran riqueza cultural. Expresiones artísticas como música, teatro, danza eran cotidianas y a las universidades asistían tanto hombres como mujeres; laboraban en distintos sectores, como la radio y la televisión por sólo nombrar algunos. Sin la obligación de portar burka, podían vestir ropas cómodas y a la moda. Había una libertad que permitía a los jóvenes expresar sus propuestas y sus inconformidades al gobierno.
Con la llegada de los talibanes, fueron desterradas de la vida pública y encerradas en burkas y en sus hogares. A través de la sharía o sharia, derecho islámico que marca las pautas de conducta de los musulmanes, los talibanes se oponen al comportamiento que sea contrario a las leyes del islam.
Sin embargo, de acuerdo con la información consultada, se identificó que algunas partes de la sharia y el pashtunwali (código de conducta, no escrito) se han utilizado a conveniencia de ellos para así fomentar un discurso de segregación y discriminación basadas en religión, etnia, sobre todo en género. Desfigurar a las mujeres está prohibido por el islam, y el profeta Mahoma. Apoyándose en sus propias creencias los castigos infringidos a las mujeres son extremos e inadmisibles, por ejemplo, algunos teólogos permiten asesinarlas si se les declara herejes. De acuerdo con la profesora Adela Muñoz (2010), de la Universidad de Sevilla, España, muchas veces se les considera monedas de cambio y pueden servir para pagar ofensas, o si los consortes cometen asesinato las sacrificadas pueden ser sus mujeres.
La vida habitual de las mujeres en Afganistán se ha encontrado muy constreñida durante el gobierno talibán, y las prohibiciones se pueden contar por decenas, por ejemplo, si algún extraño llega a sus casas no debe escuchar sus voces, tienen prohibido aparecer en la radio o televisión, usar tacones, asomarse a balcones o ventanas, estudiar, trabajar fuera de casa, rentar una casa, salir a la calle si no van acompañadas de un hombre.
Administrar un negocio es sancionado, aunque un pariente hombre lo puede hacer en su lugar. El uso de imágenes de mujeres en muros y el usar el nombre de ‘mujer’ está fuera de toda posibilidad. Si deciden abandonar a sus cónyuges por maltrato van a prisión y divorciarse es imposible. De acuerdo con la profesora Adela Muñoz (2010), en Kandahar, al sur del país, sólo el 10% dan a luz en hospitales y deben regresar a sus casas rápidamente, ya que sus parejas no les permiten quedarse ahí por más tiempo. Tampoco tienen derecho a decidir sobre su matrimonio, de hecho, el 80% de ellos es forzado.
De acuerdo con Sasha Gorizeb (2009), más del 87% son víctimas de violencia familiar que puede darse por esposos, o cualquier miembro de la familia incluso por sus hijos hombres. Se presenta de distintas formas, desde agresiones físicas leves, hasta mutilaciones, ataques con ácido, lapidaciones, entre otras. Las familias pueden repudiarlas, abandonando la responsabilidad hacia sus hijas fácilmente. En este entorno, es complicado encontrar solidaridad de parte de los miembros de la familia, ya que la violencia se considera como problema personal, una cuestión privada. Por otro lado, las mujeres violentadas difícilmente comunican su situación porque es mal visto.
Cuando fallece el cónyuge, pierden su lugar en la sociedad, su identidad y sus propiedades, ya que estas últimas pasan a manos de la familia de éste, teniendo necesidad de pedir limosna a riesgo de ser apedreadas por ser consideradas prostitutas. Desamparadas a este nivel no es extraño que se autoinmolen (al parecer, hoy la autoinmolación se presenta sobre todo en zonas rurales, en las ciudades este fenómeno se ha reducido).
Pese a que existen refugios para viudas, la capacidad de éstos no alcanza a cubrir la demanda. En esta sociedad, los que hablan son los hombres, ellas sólo observan. En algunas ciudades no se ven en las calles; Helmand, al suroeste de Afganistán, es un buen ejemplo de esto. La violencia se extiende también a las niñas, quienes a partir de los 8 años los talibanes les prohíben estudiar (2012), aunque los matrimonios infantiles se permiten y en algunas ocasiones ha habido ataques a las escuelas de niñas (2010). Las niñas que se encuentran en casa no tienen derecho a hablar delante de sus padres o hermanos.

Mujeres, protagonistas de la recuperación de derechos
Con la caída del gobierno talibán, muchas mujeres han ocupado un papel protagónico en la recuperación de sus derechos y por ende en la reconstrucción de la sociedad afgana. Sería pretencioso enumerar a todas las que han participado en este proceso, sin embargo, podemos reconocer a algunas. De acuerdo con Deutsche Welle (2014), algunos negocios comienzan a florecer, tal es el caso del hotel dirigido por Nayiba Alavi en la región de Bamiyán. En Herat, al oeste de Afganistán, Zima Ghoryani, dirige una empresa que cultiva y comercializa azafrán, cuenta con quince empleados, la mitad mujeres, dos de sus hijas trabajan con ella, su producción se exporta a Alemania, Rusia y Dubai.
Rahiba Rahimi contribuye a la reconstrucción de Afganistán a través de un negocio de ropa llamado Laman (dignidad, orgullo) para mujeres con diseños contemporáneos y toques tradicionales (Deutsche Welle, 2017). Aryana Sayeed, aunque ha sido amenazada por los talibanes, además de ser cantante es defensora de los derechos humanos (RT, 2020). Me parece que su contribución va más allá de cantar, transmite a las afganas valentía para defender sus derechos, además de crear espacios en donde los jóvenes pueden ir tejiendo redes de apoyo y solidaridad.
Afganistán cuenta con Zohra, la primera orquesta ciento por ciento femenina. Las edades de sus participantes oscilan entre 13 y 20 años y habitan en un orfanato (France 24, 2018). Además de formar parte de la orquesta, estudian distintas carreras, como medicina y educación (Pashtana Rasul, 2018). Han pasado también muchas dificultades porque los talibanes consideran que tocar música es un pecado. Es de reconocer que la directora de orquesta es una mujer: Nagin Khpolwak. A decir de France 24, es la primera mujer en ocupar este cargo en Afganistán.
Por otra parte, un grupo de más de 20 jóvenes que forman parte de la ONG Centro para Desarrollo del Talento de las Mujeres Afganas creó un restaurante, Vox Family, de y para víctimas de violencia física y psicológica (Agencia EFE, 2017). Trabajan ahí mujeres afectadas por maltrato, y se les capacita en gestión de negocios con la idea de llevar a cabo sus propias actividades comerciales. Actividades tan comunes en muchos países desde hace años, en Afganistán se celebran por primera vez, como la primera escuela de yoga para mujeres (RT, 2020).
La reconstrucción del tejido social afgano debe también sus esfuerzos al trabajo conjunto de hombres y mujeres reflejándose de diversas formas. Se puede mencionar, por ejemplo, una agencia de modelos cuyo objetivo es difundir la cultura nacional, unir a diferentes grupos étnicos y diseñar prendas nacionales tradicionales, dando la oportunidad a las mujeres de tener una profesión. Aunque sus miembros revelan que se han sentido amenazados, ya que afirman que los talibanes consideran que la palabra ‘modelo’ es una palabra extranjera y que su forma de vida es inaceptable porque no es islámica, ellos y ellas elaboran distintas estrategias para continuar desarrollando sus actividades. El Kabul Jackson Art Café es un espacio en donde se lee poesía, se intercambian opiniones y los jóvenes establecen encuentros con artistas (France 24, 2020).
Por otro lado, hay ciudades en Afganistán en donde la influencia de los talibanes ha sido menor y la reconstrucción del país es más visible, tal es el caso de Mazar-El-Sharif, al norte del país, en donde se respira relativa prosperidad económica, cierta seguridad y estabilidad, contribuyendo así a la construcción de una mentalidad más libre que se refleja en la creación de espacios de diversión, y la posibilidad de vestir según el gusto de las mujeres (Mónica Bernabé, 2013).
El trabajo de muchas de estas mujeres ha tomado fuerza con el apoyo de algunos sectores de comunidades locales, de la comunidad internacional, del propio gobierno y en algunas ocasiones de los afganos que viven fuera de su país, es el caso del profesor Nazil Peroz, quien ha sido un pilar en la reconstrucción de la educación en ciencias. Junto a un grupo de docentes alemanes comenzó a impartir clases relativas a la computación desde 2004, (Deutsche Welle, 2014). En la Universidad de Herat creó un Taller de PC’s, en donde se reparan computadoras, y también se construyen armadas. El profesor Peroz considera que Afganistán se puede convertir el Centro de reciclado en Asia Central, considerando que el país podría conseguir el 30% de su PIB (Deutsche Welle, 2014).

Mujeres de otras latitudes apoyan a las afganas desde diferentes plataformas. Masarrat Misbah, paquistaní y fundadora de Vuelve a Sonreír reúne los esfuerzos de médicos de diferentes países para la reconstrucción de los cuerpos de mujeres que han sufrido daños graves por agresiones con ácido (rtve.es, 2011).
Los avances, aunque lentos, se ven por todos lados, de acuerdo con Deutsche Welle, 2013, más de 300 mujeres se graduaron de policías y el ministerio afgano del interior planea preparar a 10 mil mujeres para esa actividad. La Facultad de Ciencias se ha ido ampliando continuamente desde 2010 y se inauguró en primavera 2013. El trabajo en equipo mixto se fomenta constantemente como medida para reconstruir las relaciones entre hombres y mujeres y hay una tendencia a incluir a las mujeres en todos los campos (Deutsche Welle, 2014). En la Universidad de Herat estudian 12 mil alumnos de los cuales el 40% de los estudiantes son mujeres. El Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD) proporciona becas para que los y las estudiantes continúen sus estudios en Alemania,
Además, frente a la violencia doméstica, las mujeres comienzan a divorciarse (AFP, 2018). Aunque todavía se observan muchas con burka, ya no es tan común su uso. Se han creado espacios para las mujeres, como el Jardín de las Mujeres, en donde se pueden quitar el velo.
Los desafíos se mantienen
A pesar de todos estos esfuerzos, todavía hay innumerables desafíos por resolver. La economía es aún muy frágil, lo cual dificulta la estabilidad de las empresas. La corrupción, el tráfico de opio, la pobreza, la ignorancia, son factores que se reproducen a sí mismos ralentizando los resultados de los esfuerzos tendientes a la reconstrucción de Afganistán. Para Martha Michelena existe la ilusión de igualdad porque la tradición pesa mucho sobre todo en las zonas rurales y el sur del país. Aunque las mujeres asisten a la universidad, fuera de ésta ellas se sienten en peligro: “El campus es un escudo de protección, fuera es peligroso, si eres niña no puedes hacer tal o cual, los niños hacen todo por eso son tan resueltos, las chicas son tímidas… No me siento segura porque soy mujer” (Deutsche Welle,2014).
El tema es complejo, muchos factores contribuyen a ello. Tantos años de guerra e imposiciones absurdas han provocado un tejido social herido, maltratado, desvanecido en el dolor social cotidiano, dejando ver una sociedad afgana violenta y dividida. No obstante, para muchos observadores, hay un deseo de cambiar las mentes y aunque hay miedo, se respira un ambiente de esperanza, pareciera que la sociedad tiene una gran capacidad de resiliencia, aunque sufren mucho, y están asustadas muchas mujeres aún tienen esperanza.
Los resultados de las prohibiciones hacia las mujeres causaron un ciclo de discriminación y violencia hacia las mismas, ya que su posición se consideraba como secundaria en la sociedad y su valor era nulo o casi nulo (Diva Mayerli Román Mora, 2019).La sociedad se acostumbró a la violencia de modo que se fueron los talibanes, pero se quedaron sus prohibiciones: “Las costumbres de los talibanes se han quedado” (Diva Mayerli Román Mora, 2019).

Luisa Fernanda Gómez Gómez (2018) reconoce que la violencia “responde a una práctica social que se edifica constantemente, pues es debido a su carácter estructural que se permite una permanencia en una sociedad patriarcal…”. Por ello, postulo que la reconstrucción social del pueblo afgano requiere de un nuevo marco cultural en donde las mujeres tomen control sobre ellas mismas y se sientan seguras.
En este sentido, considero que un pilar de la reconstrucción de la sociedad tiene que ver con la redefinición de la identidad y, para ello, es preciso provocar cambios en la forma de pensar de manera que generen un proceso continuo de sanación social, separándose poco a poco de la cultura de violencia. Desde mi punto de vista, el desafío es descomunal, sin embargo, es posible; la educación y los derechos humanos son condiciones sine qua non para promover una cultura de paz.
El compromiso de un gobierno afgano libre de presiones internas y externas en este proceso también es imprescindible. Respetar a las mujeres es el primer paso para fomentar el desarrollo de una sociedad sana.
*La Mtra. Graciela Saldaña Hernández es académica del Departamento de Estudios Empresariales de la IBERO